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Historias Chicas de Caracas: «El Ávila» por Don Eliseo

Historias Chicas de Caracas: «El Ávila» por Don Eliseo

El Ávila 1Esa noche no era tan oscura como las otras noches. Había una enorme luna llena que iluminaba esa silueta gigante del cerro frente a mi ventana. Empecé a entender eso que decían de una “luz fría”. Así era.

El Ávila se destacaba contra la penumbra. Uno se ponía a imaginar formas diferentes de su silueta; a veces era una india acostada mirando a la ciudad, otras veces parecía el perfil de un perro bravo o un caballo echado de lado y hasta una juguetona nutria trepando una roca. Cualquier cosa era posible en la inimaginable imaginación de un caraqueñito soñador en aquellos remotos años.

En la mañana, después de un baño con totuma y helada agua del pipote (para variar la habían racionado por falta de lluvias que amenazaban las reservas de La Mariposa, único embalse reservorio de la ciudad), me desayuné una cachapa con queso rallado, salí raspando hasta casa mis amigos de aventuras. Nos reunimos en el terreno vacío en la calle de atrás  para hacer los planes de subir al cerro.

El Ávila 2Ramsés, Carlos, Martín, Eduardo y Oswaldo; esos eran los únicos que se entusiasmaron durante esas aburridas vacaciones escolares, con subir al cerro El Ávila. Lo primero a discutir por Oswaldo y Ramsés fue el menú (siempre fueron los de mejor apetito). Huevos no, porque siempre se rompen en el camino, remolachas tampoco por rechazo generalizado. Unas latas de sardinas y otras de Spam (Carne salada de buey). Arroz, sal, pan de a locha, queso llanero, mantequilla, salsa de tomate, papas, aceite Branca, espaguetis, carne molida, naranjas. Las arepas había que prepararlas en la casa y llevárselas hechas ya que en aquel entonces no se inventaba todavía la harina precocida de maíz; varios años mas tarde el Profesor Caballero Mejías, creó un proceso que patentó y produjo esa maravilla que inicialmente se llamó “La Arepera” y por gravedad de salud vendió a Industrias Polar que la bautizó como Harina P.A.N.

El Ávila 3De nuestras casas llevamos algunos cachivaches como ollas y sartenes viejos, cubiertos desperolados, vasos plásticos, mecates. Lonas que servirían de carpas y un hacha oxidada que Oswaldo encontró en un basurero. Cuadramos el encuentro y arrancamos tempranito por Cotiza a subir cerro arriba con mucho ánimo y alegría por una carretera de tierra rumbo a una antigua hacienda de siglos pasados que los lugareños llamaban Los Venados. Lo cierto es que llegamos con la lengua afuera y no era mas que la mitad del camino. La meta era llegar hasta la puntica del Ávila, pasando por El Cruce y luego Guayabo Mocho, pero después de muchos sudores, algo de hambre por inexperiencia de cocinar con leña sobre unas piedras, una noche de risas y embojotarnos amuñuñados bajo la lonita pasando el frio hereje, resolvimos sin discusión pasar por Zamurera y luego bajar casi triunfantes (salvo 2 picadas de avispas matacaballo, como cien rasguños y uno que otro moretón por novatadas). Pero eso si, con una alegría enorme por los paisajes que vimos y vivimos, por que hasta un cachicamo perseguimos sin poder agarrarlo, vimos un monito flaco y peludo a lo lejos, mil escarabajos comiendo un tronco podrido y hasta una culebrita larga y flaca que nos puso a correr cerro abajo por una vereda hasta que las piernas no nos dieron mas y nos sentamos jadeando y con una risa nerviosa. Allí, en medio de una repentina neblina húmeda, la brisa de la tarde nos regaló un atardecer rojizo que nos enmudeció de lo puro bello que era.

El Ávila 4Así, encantados con esa breve experiencia en nuestro cerro terminamos en Puerta de Caracas, agobiados y extrañamente contentos ese poco de muchachos locos que desde ese día nos enamoramos de lo que siempre seguiríamos llamando La Montaña Amada.

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Sentados en una acera cualquiera esperamos el autobús que nos llevara al ruidoso centro de la ciudad y hacer el trasbordo para nuestras casas. Llenos de barro viejo  e ilusiones nuevas por regresar pronto a ese símbolo para todos los caraqueños que siempre será El Ávila.

¡Que Caracas aquella, la de mis tiempos!

Don Eliseo

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