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Una historia sobre la Caracas de ayer

Una historia sobre la Caracas de ayer

Por: Carla García Sánchez

Entre las joyas que se pueden encontrar, hemos hallado un precioso libro llamado “La Ciudad que No Vuelve”publicado en el año 1968. Su autor, el famoso y distinguido cronista, Guillermo José Schael, se dedicó a escribir una declaración de amor a Caracas en todas sus páginas.

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En este libro, Schael describe la vida en la ciudad de comienzos del siglo XX que tanto encantó a los inmigrantes europeos. Hechizó a sus visitantes hasta tal punto que no sólo se enamoraban de sus calles, sino de la hospitalidad y educación de sus ciudadanos.

El ejemplar nos ilustra con imágenes que no son más que postales enviadas al diario El Universal hasta la fecha de publicación. Presentan espacios de distintas partes de la ciudad, llenos de árboles y zonas verdes en las que hoy en día se alzan torres e imponentes edificios.

Lo que Schael pretendió fue mostrar la Caracas naciente y clásica previa a la época petrolera y, a su vez, contrastarla con la ciudad de intenso colorido y ritmo violento, que ya en la década de los 60 lo agobiaba. Quería mostrar su hogar a las nuevas generaciones, darle a este libro un fascinante valor espiritual.

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A continuación les contaremos el relato de esta preciosa urbe con la que Schael soñó y a la que dedicó toda su vida.

Hubo una vez una Caracas juvenil y risueña donde aún no había desaparecido la influencia francesa que el guzmancismo tanto se empeñó en instaurar. Donde sus ciudadanos se reunían en parques y casas de campo para entretenerse, lugares que ahora constituyen avenidas y centros comerciales. Muchas de las urbanizaciones que vemos hoy en día aún no estaban planificadas. Pues, la mayoría aún estaba poblada por haciendas de cañas de azúcar y café.

Las voces de los distribuidores de pan y leche se oían desde temprano, en cada esquina y recorrían las calles a caballo, seguidos por el amolador y el frutero. ¿Quién no recuerda el famoso “el amoladoooooor” cerca de su casa?

Sin embargo, las pisadas de caballo no se escucharían por mucho tiempo. La modernidad tocó las puertas de la ciudad. Esas pisadas fueron reemplazadas por el sonido de los carros eléctricos en las tranvías, que ya retumbaban en las ciudades más modernas como Londres o París. Hasta entonces, los caraqueños no conocían de prisas y aglomeramientos. En la década de los 20 y los 30, se nota el incremento del tránsito automotor en Caracas. Los automóviles se veían en cada calle. Fue todo un reto, ya que significó planear y trazar rutas de autobuses e instalar semáforos y carreteras para conectar toda la ciudad. Ya para 1956, Caracas tenía más taxis que Nueva York.

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Con la llegada de la Revolución Industrial, el telégrafo y los automóviles, vino el fin de la “Ciudad de los Techos Rojos”. A partir de 1928, empiezan a desarrollarse más edificaciones a los pies del Ávila como La Florida, Los Palos Grandes, Campo Alegre, Country Club y Altamira. Las haciendas y cultivos habían perdido valor para la modernización de la capital venezolana, ahora la atención reposaba en estas grandes esculturas de cemento.

Cabe destacar que los corresponsales que venían a Caracas no podían evitar enamorarse de esta preciosa ciudad. Casi siempre manifestaban la misma reacción: se impresionaban por la majestuosa belleza de El Ávila, y de la distinguida personalidad de los caraqueños, quienes se caracterizaban por su orgullo, amor a su ciudad y una especial hospitalidad que no se encontraba en ninguna otra parte del mundo.

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El crecimiento demográfico fue ya inminente. Personas de todo el país -y el mundo- aprovechaban para llegar a rehacer sus vidas en esta nueva y flamante ciudad.

Schael, en 1968, expresó que el crecimiento de los últimos 25 años podía compararse a una “estampida casi brutal”. La construcción del Hotel Majestic frente a la antigua Plaza de San Pablo y el Teatro Municipal, significó la más expresiva iniciativa para el progreso citadino. Recordaba cuando en 1935, en ese mismo lugar, el famoso y “malogrado cantante”, Carlos Gardel,  saludó a miles de admiradores y simpatizantes. Fue un gran evento para la sociedad caraqueña, como si hoy viniera a Caracas un Michael Bublé del tango. Se escuchaba en la radio, en las fiestas y en las calles.

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Vivimos en una ciudad diferente a la que existía en los años 30, pero, ¿qué tanto? Caracas crece cada vez más, sus habitantes son tan variados en aspecto y costumbres que hace que la diversidad ya forme parte de nuestra cotidianidad. Sus novedosas construcciones y emblemáticas plazas hacen que cada zona de esta maravillosa ciudad sea única en su clase.

“Caracas es la coqueta Versalles, y no el anecdótico y viejo París”.

Este fue el relato de la Caracas de ayer, y es nuestro deber hacer que la historia de la Caracas de hoy sea una que valga la pena recordar.

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