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Historias Chicas de Caracas: «El Raspado» por Don Eliseo

Historias Chicas de Caracas: «El Raspado» por Don Eliseo

RaspadoEsto es algo que sucedía muy a menudo en los mediodías al salir del colegio o en las tardes llenas de calor después de un juego con pelotica de goma en la calle ciega, en el terreno vacío de enfrente o para descansar luego de una partida de metras. Me refiero a esa maravilla refrescante que es comerse un Raspado. Algo tan sencillo de hacer y con los ingredientes mas simples y baratos que se puede imaginar, pero que efectivo es para combatir ese calorón de los muchachos. Un pocotón de hielo granizado que se coloca sobre un cono de papel (ahora son vasitos plásticos), al que se le añade un jarabe dulzón con sabores surtidos, que pueden ser de de uva, cereza, colita o limón. Se prepara en pocos segundos con un aparato donde el vendedor gira una manivela vertical para que un bloque de hielo de vueltas sobre una cuchilla en su base y allí se van soltando las virutas de hielo. Todo esto montado en un carrito empujado a pie y con un cartelón que dice “Raspaditos a locha. Los grandes a medio”. Un gran invento de un anónimo, donde el producto es muy sabroso, rapidísimo de preparar, con bella apariencia, muy sano (nunca supe que a nadie le doliera la barriga por comer raspados) y encima de eso, baratísimo!

En aquella Caracas de antes todo era mucho mas fácil y económico, nos íbamos a la escuela a pie, los campos de juego (improvisados) estaban a menos de 2 cuadras, los amigos éramos vecinos, el cine era en el barrio (ahora son templos evangélicos), la bodega en la esquina y la iglesia ahí mismito con una plazoleta llena de árboles llenos de ardillas y palomares. Además de todo eso al alcance de la mano, venían los vendedores ambulantes de todo tipo y pasaban calle por calle con su pregón. El vendedor de periódicos, la Marchantica heladera, el afilador de cuchillos y tijeras que tocaba una armónica con su tonada de turirí tirurú, el frutero y verdulero con su aroma a melón y piñas maduras, el del Ponche que gritaba con un megáfono de latón “Ponche, ponche, poncheeeroooo”, el zapatero que también tenía su musiquita con armónica y el infaltable Raspadero con sus frescas mezclas llenas de alegría para los chamitos cansados y sudorosos. Tan cercano y cómodo, tan de sentido común que era la vecindad que habitábamos.

1 raspadosCuando estábamos terminando la partida de pelota ya se escuchaba el rechinar de las ruedas chuecas del carrito del raspadero con el resoplar exagerado del señor que lo empujaba por la calle, hasta llegar al lugar en que lo cercábamos en tropel a punta de gritos y risas. Pensándolo bien, todavía no entiendo como adivinaba a que hora se terminaba cada juego, ya que podía durar una hora mas o una hora menos (sí algún vivo botaba la pelota y, para variar, no teníamos otra de repuesto). Bueh! La cosa es que el tipo siempre llegaba a tiempo para refrescar esos gañotes acalorados de tanto gritar desaforados ante cada jugada buena o mala y por una locha o un mediecito podíamos comprar un riquísimo raspado salvavidas.

Gracias a Dios que me tocó vivir en esos años de pureza e ingenuidad de toda una ciudad, donde todos conocíamos, donde cualquier vecina desconocida nos podía regalar un poquito de agua de la manguera mientras regaba las matas de su casa, para saciar la sed de toda la pandilla, donde el policía nos fruncía el seño y nos asustábamos y respetábamos al maestro, a los mayores, al cura español de la parroquia. Las cosas se hacían bien y duraban para siempre; como las amistades de entonces, que tengo la suerte de conservar como el mas valioso tesoro de la juventud.

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¡Que Caracas aquella, la de mis tiempos!

Don Eliseo

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